A punto de entrar en la vorágine de la cobertura política en puerta, estuve buscando en los archivos del periódico El Universal y me encontré esta nota resumida de un reportaje que publiqué en la revista Gatopardo hace seis años.
El panorama de ese mundo underground ha cambiado un tanto desde entonces, y en ese lapso yo también me sumergí en otra realidad que dio origen a mi libro "Susana, memorias del table dance", publicado por Editorial Grijalbo.
Pero las emociones que me despertó el conocer al amistoso grupo que se reunía en aquella suite a la convocatoria de los entonces famosos "Gus y Mary" todavía existen... ¡disfrútenlas!
http://www.eluniversal.com.mx/nacion/135552.html
EN LA FIESTA SWINGER,
¡ESE ES MI VIEJO!
Cada 15 días se reúnen entre 40 y 80 personas para un intercambio de parejas en un hotel de la colonia Doctores. La regla de oro: no es no; el requisito, llevar todo su erotismo. "Aquí toda la gente es igual que uno", dicen los organizadores.
GABRIELA GRANADOS
El Universal
Domingo 26 de febrero de 2006
La
suite 325 está al fondo de un pasillo, a media escalera, entre el tercero y el
segundo pisos de un modesto hotel de la colonia de los Doctores, un barrio que
tiene una bien ganada fama de peligroso. En esta discreta habitación
probablemente ocurre un orgasmo por cada coche robado. Es un espacio donde Eros
desata toda su furia cada 15 días, siempre en viernes, cuando se dan cita 20 y
hasta 40 parejas para intercambiar caricias que escandalizarían a muchos.
La
seductora suite tiene tres habitaciones que cuentan, cada una, con cama king
size y sillones; dos baños con regadera (uno para los hombres, otro para las
mujeres), un jacuzzi común donde caben cuatro personas cómodamente (seis,
apretadas), una sala de estar y una televisión con servicio de cable que
transmite continuamente películas pornográficas.
Entrar
en esta suite tiene su misterio. Primero tuve que pagar 10 dólares y luego
decir una contraseña para que el sombrío empleado de la recepción me indicara
el camino que debía seguir: "Subes en el elevador y te bajas en el tercer
piso, tomas el pasillo a la izquierda, das vuelta otra vez a la izquierda hasta
que llegues al otro lado del edificio, doblas a tu derecha, bajas el entrepiso.
Y tocas la puerta. Es la suite 325".
Ahí
conocí a los famosos integrantes de las swingerolimpiadas, el grupo de
intercambio de parejas que había despertado mi curiosidad tras indagar sobre el
tema a través de internet.
Varias
mujeres vestían minifalda, tacones altos y medias de fantasía, además de haber
traído, como decía la invitación, "sus condones, una bebida suavecita y
todo su erotismo".
En
la habitación cada pareja tenía que aportar otros 25 dólares adicionales para
cubrir los gastos de la reunión. No había hombres solos, pero sí algunos tríos,
o pequeños grupos de tres o cuatro amigos, siempre acompañados por al menos una
mujer.
Mi
nerviosismo fue aminorando y de pronto ya estaba enterándome de las vidas
sentimentales y de las profesiones de un montón de extraños. Al menos siete de
cada diez habían pasado por la universidad. También había muchos comerciantes.
"Todos
juegan hasta perder la ropa, después cada cual decide hasta dónde y con
quién", decía también el aviso electrónico. El juego empezó cuando
llegaron todos, al filo de las 12:00 de la noche. Los asistentes iban tomando
canicas de colores de una bolsa. Los que agarraban una azul o una amarilla
tenían derecho de pedirle a quien quisieran que se quitara una prenda. Adiós
pantalones, blusas, camisas y faldas. Chao brassieres, medias y calzones. A los
30 minutos todos estábamos riendo, y desnudos.
Algunos
no esperaron a que terminara el juego y se fueron directo a las habitaciones,
otros esperamos y de pronto los cuerpos estaban trenzándose en una danza
erótica. Los arreglos eran de dos, de tres, de cuatro o de más. Varios en cada
cama y hasta en el piso. Se alternaban, se sumaban, se sobreponían.
Lo
que más me llamó la atención es la solidaridad de algunos, como cuando uno de
los maridos empezó a ir de cuarto en cuarto de la suite buscando voluntarios
para continuar atendiendo a su esposa.
Durante
conversaciones sostenidas en siguientes reuniones confirmé que el motivo de
muchas mujeres para asistir no era, precisamente, complacer a sus maridos, sino
"desestresarse y olvidarse de todo". Y también descubrí que mientras
los demás invitados iban cayendo dormidos, los anfitriones permanecían al pie
del cañón.
"Regularmente
Mary y yo nos echamos un postre, que es el que más disfruto", me confesó
Gustavo. Gus y Mary son los organizadores de las swingerolimpiadas.
Mary
me dijo durante una charla que tuvimos aparte, otro día, que ella y Gus
esperaban con ansia esas reuniones, pues desde hace varios meses son su único
espacio de intimidad. Tras 23 años de matrimonio él tuvo que aceptar un empleo
como médico a más de 200 kilómetros del hogar familiar. Entre tanto, ella sigue
viviendo con sus dos hijos veinteañeros y con una niña a punto de entrar en la
adolescencia.
En
una de las reuniones, antes de que empezara el juego, Gus me explicó otra de
sus características: "Somos sinceros, honestos. El éxito de la página se
explica por las fotos en gran parte. Aquí toda la gente es igual que uno".
Así
pues, en la página de las swingerolimpiadas de Gus y Mary se despliegan
ampliamente las fotos que certifican que cualquiera tiene derecho a divertirse.
Aquí se ve toda clase de nalgas: paradas, flacas, inmensas o planas; abundan
las pancitas y las lonjitas; hay altos, chaparros y medianos. y da lo mismo si
los pechos son pequeños, colgados o 42D.
Entre
las risas alcancé a sentir cierto recelo en algunos asistentes, porque a
diferencia de las dos fiestas anteriores, ese día sí llevaba mi grabadora de
reportera. Así que Gus me presentó formalmente (ahora por mi nombre real), y
les explicó que estaba haciendo una crónica para una revista. Para suavizar la
tensión les recordó que yo era la propietaria del fuete que muchos quisieron
probar una fiesta antes. Sólo entonces se relajó el ambiente.
Mary
me platicó cómo recibió al principio la sugerencia de incursionar en el mundo
swinger. "¿Estás loco? ¿Hacerlo enfrente de todo mundo?", le
respondió a Gus. Él le insistió y la convenció, no sin antes prometerle que se
retirarían tan pronto ella se sintiera incómoda. Cosa que no ha sucedido.
Gus
no tenía ninguna experiencia al respecto en ese momento. Simplemente había
encontrado un sitio website, que afirma que los swingers aborrecen el
adulterio, y luego empezó a simpatizar con esta idea. Poco después conocieron
vía internet a "un caballero de buena ortografía y finos modales", quien
les explicó cómo funcionaban estos clubes; les dijo que hay una regla
inquebrantable: "No es no", y frente a la webcam fue desnudándose
poco a poco.
"Siempre
es grato conocer gente nueva, olores, sabores y humores distintos", me
confesó Gus, quien también me habló de sensaciones de libertad y atrevimiento.
Pero antes de que pudiera hacerle la siguiente pregunta, atajó con una
explicación de "la esencia del ser o no ser swinger".
Dijo:
"Lo que me hace sentir a gusto en este ambiente es el ver cómo Mary recibe
y proporciona placer, el saber que atrae, que disfruta, que hace disfrutar,
verla feliz. Eso me hace, en realidad, sentir a gusto. Y te puedo asegurar que
ella piensa igual".
Sin
saber lo que había hablado con su marido, Mary me contó que al principio sí
llegó a sentirse celosa, debido al carácter amiguero de su marido. Pero ahora,
cuando Gus está con otra, ella se acerca y lo acaricia, motivándolo para que lo
disfrute más. Y piensa: "¡Este es mi viejo!". (Versión resumida del texto
publicado en la actual edición de Gatopardo/México).