21 de agosto de 2014

De lo doloroso y complejo del periodismo

Cuando estaba en pleno auge la llamada (y luego desdicha) "guerra contra el narco" del Presidente Calderón, fui asignada a organizar una cobertura periodística internacional en una de las zonas más peligrosas de aquel entonces en nuestro país.

Ya pasó un tiempo, el panorama ha cambiado y hasta he olvidado (como me lo propuse desde el principio) el nombre y la ubicación de aquella localidad... y todos los demás detalles que pudieran llevar a alguna identificación, así que ya lo puedo contar.

Yo ya no era la ingenua e idealista adolescente que se emocionaba pensando en caminar kilómetros y kilómetros en medio de la selva comiendo frijoles (si acaso comiendo) para entrevistar a los zapatistas y conocer sus extremas razones para levantarse en armas, por ejemplo. Tampoco era ya la era la mártir profesional que deseara "morir por la nota", como mandaban entonces ciertos cánones.... y mis imágenes de mí misma durante la secundaria: como corresponsal de guerra en Centroamérica, con mi cámara al hombro.

No: yo ya había sufrido bastante, por bastantes años... sin que sirviera de nada. Reporteando realidades horrendas y cobrando salarios miserables porque de qué privilegios gozaría yo, una equis periodista, como para estar por encima de esas míseras vidas de las cuales alimentaba las narrativas que requerían los medios que me pagaban para que yo, equis periodista, pudiera a mi vez pagar a mi casero?

Incluso había constatado -investigando y viviendo por dentro, en carne propia: para que nadie me contara- las complejidades morales, emocionales y sociológicas de uno de los sectores más controversiales de la vida económica y política contemporánea: la industria sexual. Y había comprobado que una cosa son los discursos (sí, también los periodísticos), y otra -con frecuencia- las realidades...

Yo ya no era una chica ingenua. Ni tampoco, propiamente, era una chica: era una profesional en toda regla, con dos décadas de experiencia en prensa, radio y televisión... cubriendo y produciendo -textualmente- de todo!

Supe por ende cómo resolver las cosas: dónde ubicar los testimonios precisos, requeridos; con quién conseguir transporte, a quién pedirle una cobertura de seguridad eficaz y discreta, con quién  obtener puntos de vista múltiples y datos lo más confiables, si hubiera algunos...

Supe arreglármelas para entrar al despacho a donde huyó y se encerró con llave un alto jefe policial regional (de alto nivel y también bastante alto de estatura y corpulento) justo antes de iniciar la entrevista pactada, ya seteadas las luces y la cámara (con él presente), pretextando ir al baño... y regresar media hora más tarde con mi jefe extranjero, a decirle la verdad:

-Lo siento, sí había dicho que sí a nuestra entrevista pero se arrepintió y no pude convencerlo de salir de nuevo: para nosotros es solamente una nota, pero para él puede ser la vida de toda su familia.

Afortunadamente fueron pocas las veces que me tocó cubrir esa famosa "guerra". Y no tanto por el tema de la seguridad, aunque sí fue delicado trabajar en esa "tierra de nadie" y asegurarme que mis colegas venidos del otro lado del mundo salieran sanos y salvos (y por supuesto no deseo volver a pasar por ello), sino que porque fue muy doloroso: tuve que amarrarme el corazón con fuerza para poder hacerlo.

El día ése de esa entrevista fallida logré otra, de lo más dura. Y para ello tuve que repetirme a mí misma una y otra vez, textualmente, que el mundo tenía que enterarse de los famosos "costos colaterales" de esa "guerra", de los efectos que esa confrontación estaba teniendo en la población civil: en quienes nada tenían que ver ni con los cárteles ni con la geopolítica nacional o internacional.

Tuve que repetirme a mí misma una y otra vez que ése era el motivo por el cual estaba yo hurgando en las terribles memorias que esa chica tenía de aquel día... cuando estuvo, malhaya la hora, a la hora equivocada, en el lugar equivocado: preguntándole que de qué lado habían iniciado las ráfagas de bala, que con quiénes estaba cuando eso pasó y se tiró al piso, que qué era lo que ella escuchaba, que por qué lado empezó a correr la sangre por el piso, que cuántos minutos cree que pasaron dado que la sangre terminó por enfriarse y coagularse... y finalmente, que quiénes despertaron de nuevo cuando todo terminó.

Eso, eso fue lo más difícil.

Como sería hoy presenciar en video la decapitación de un colega, James Foley (video que ha sido censurado en el Once, en Canal 2 y en Twitter), quien decidió entregar su vida una visión riesgosa -y loable- del periodismo, a manos de alguien que decidió entregarse a lo que considera, ni más ni menos, una "Guerra Santa".

Ambos quizá desempeñando -a fin de cuentas- sólo pequeños papeles en un ajedrez de grandes vuelos, mucho más allá de sus propias y probablemente muy sentidas místicas.

Y dije "como sería", sí.

Pues a pesar de haber estado investigando de modo totalmente inmersivo en otras modalidades del uso muy consciente de la violencia (y de seguir haciéndolo), me he reservado el derecho de detener el video justo antes... de la decapitación.

http://www.bloomberg.com/news/2014-08-21/refusing-to-watch-foley-video-avoids-exactly-what-opening-line.html

http://heavy.com/news/2014/08/james-foley-behead-video-isis-rip/