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Foto: Wakil KOHSAR/AFP |
El primer burka completo que vi en mi vida era de un hermoso azul metálico tornasolado, largo hasta el suelo, con rejilla para esconder los ojos. Me crucé con él en el lobby del hotel Plaza de Nueva York hace más de 20 años. Intenté no mirarlo de frente, pero no pude evitar preguntarme cómo se verían las cosas desde dentro, cuestionándome si serían mis prejuicios "occidentales" los que me hacían suponer que el interior era oscuro.
Había pasado el verano estudiando en la Universidad del Sur de California, sin hacer caso de que ahí habían estudiado cine tantos famosos, agradecida por la beca que me evitó la potencial deuda impagable de una cirugía tras un piercing mal cuidado, impresionada por la existencia de tanta hermosa diversidad compartimentalizada (los coreanos por su lado, los chinos por el suyo, y así), frustrada porque a diferencia de aquí una persona que cruzara equis puerta rebotante justo antes de tí nunca la detenía aún si pudiera estrellarse en tu nariz, e impresionada por haber visto una estudiante con hiyab y libros en el pecho caminar "como si nada" por el campus.
Lo primero que observé al llegar a Manhattan fueron sus deli y sus florerías, y me sentí en el paraíso al ver ahora sí tantas diversidades en la misma calle. Me recordaba el otro hermoso verano que pasé en Madrid entre migrantes senegaleses que comían con las manos de una fuente común, del cual regresé con el corazón en cachitos y dos series de world music para Radio Educación.
Así, maravillada por la diversidad, me sorprendió ese encuentro en el Plaza. Y me dejó un cuestionamiento que se actualizó varias veces, empezando al superar el azoro de que nadie criticaba mi pancita en el gineceo de mis primeras clases de bellydance, cuando quise imaginarme, en serio, cómo sería vivir en un harem. Por qué sería "feo" (o no) vivir en ese "adentro"? Qué tal si sí es lindo? Y... pero por qué sería obligatorio vivir ahí... exclusivamente?
Ese cuestionamiento reapareció estos días, justo tras toparme con varias trans-traducciones del "being" and "becoming" a propósito de la controversial obra de Ibn 'Arabi sobre la unidad/multiplicidad del Ser, y luego encontrar, con incredulidad, que ahora las mujeres en Afganistán tienen prohibido no sólo andar "solas" (léase "sin hombre") o "descubiertas" (a diferencia de los hombres)... sino incluso HABLAR en el espacio público (!!!) observé el hashtag de la protesta:
#awomansvoiceisnotawrat
Recuerdo que en aquel primer verano en Estados Unidos, uno de mis amigos nigerianos, el que era musulmán, defendía la sharia diciendo que no era para todos, sino solamente para los musulmanes. Fair enough, pensé... pero entonces por qué se aplica a territorios completos? Y por qué determinada interpretación, de determinados clérigos, y no otras interpretaciones?
Grosso modo, encontré que la palabra "awrat" se puede traducir como "privado", con denotaciones/connotaciones desde "íntimo" hasta "vergonzoso" (o algo peor), pero en general hacia un contexto "doméstico". Eso, imagino, puede ser lo que a esos fanáticos integristas les puede sonar a "prohibido en público".
Y digo, qué lástima. Y qué rabia. Que algo tan hermoso como el habla o el canto de una mujer, lindo de compartirse en lo íntimo, esté prohibido POR LEY de compartirse en lo público. Qué rabia que unos tipos de mente cuadrada impongan ese patriarcado extremo literalmente por la fuerza (tan sólo el año pasado la policía del Ministerio para la Moral y "contra el Vicio" detuvo a 13 mil personas!). Y qué rabia que la "comunidad internacional" poco pueda hacer, además de "preocuparse".
Por eso, con todo mi corazón lamento y me enfurezco por el encierro forzado de mis hermanas al otro lado del mundo, y comparto su protesta y su hashtag:
#awomansvoiceisnotawrat